Memorias de mi Casa y del Sur (cont.)

VI
          El hombre de oro rompió con sus herramientas el modus verdi que bailaba con la luz de los pájaros. Esa parte del pequeño ladrillo cantó abriendo sus arterias más profundas. Allí creció un mundo cargado de castos y espinas y flores silvestres. Una mujer con el dolor del parto, regó al sur de lágrimas y leche, pero ya era tarde y todo se evaporó entre las venas abiertas y todo seguía con su otoño seco.

VII

Las espinas del cacto y los cambronales quebraron la dignidad del sur de mi casa. Quisieron herir los pies y las manos del hombre de oro. Pero éste traía su espada afilada e infinita. Rompió las espinas como rompió los horizontes y puso el hábitat a bailar su ritmo.

VIII
   
        El tiempo y la luz no cerraron las cicatrices. Dentro de mi casa crecieron átomos de habitación que rasgan el día. Allí vivieron los pájaros,sonaron los caracoles; una nueva música dibujó la agonía de los llantos infantes. Cristales desangrados salieron en cuerpos de serpientes líquidas y la vida halló rumbo hacia otra dimensión.

IX

    Cuando el que rompió el horizonte llegó a mi casa, las serpientes brillaban conteniendo luz amarilla. Los habitantes de origen le brindaron todo y vio el pájaro bobo, que se apagaría la luz. Ocultó una chispa en su plumaje negro. Perseguido por la obscura ambición, voló de rama en rama. Pero el árbol del cedro, que crecía hasta lo infinito, le brindó sus ramas quebradizas. Subió el bobo hasta lo inalcanzable y allá dejó en el sol la chispa que lo encendió para siempre.  Agradecido por ello, el sol derramó sobre aquel pájaro su mágico polvo blanco, cambiando su plumaje negro por un gris de ceniza. Los árboles, en cambio también agradecidos por recibir la luz del sol, prestaron sus ramas al pájaro bobo y él, complaciéndolos a todos, nunca descansa en un árbol. 

X

        La palmera vino cantando a la luz de la explosión. El hombre lejano quiso romper su voz. La Palmera llamó a Okmino, el rey del canto, para que le dejara su melodía. Éste llamó a un viejo juglar, el viento caribe, para que le contara las fábulas desconocidas. La palmera cayó en un éxtasis de muerte y al despertar, vio que tenía otros colores. Desde entonces cantó y bailó en agradecimiento a los dioses que se fundieron para renovarla.

XI
      Mi casa era como una cualquiera. Pero el hombre sembró en ella su semilla de esperma y se abren y cierran las puertas de los años, esperando el crecimiento de un nuevo árbol donde habite el sol.



Escrito por Ernesto Vantroy
Fragmentos de "Memorias de mi casa y el Sur"

Comentarios

Entradas populares