Memorias de mi Casa y del Sur
Primer Pasado
I
Mi casa era un ladrillo del gigantesco edificio donde habitaban los dioses sin dominio de ninguno o de nada. Es una época increíblemente lejana. Allá yo no era ni la sobra de un sueño olvidado en la memoria del más indigno entre ellos.
No, existía el tú ni el más puro de los pronombres, solo un edificio carente, despojado del honor de la vida.
II
Un día, no pensado aún el deshielo empezó a hacerse y el edificio se estaba rodeando de un gran pozo de pureza. Pero uno entre los dioses se llamó jefe, y ganó en la jornada de vencer a todos y quiso hacer de aquello su paraíso. Y se nombró hacedor de todo lo hecho por el tiempo y hacedor del tiempo y de la canción.
III
Cuando uno entre todos despertó de su letargo, vio que la luna contenía el agua; escuchó el sonido de una música rota; entonces le dio nombre al pozo que rodeaba el edificio. Se inició el gran temblor, se hicieron las luces, brilló mi casa.
IV
El fuego entró vertical entre los jardines de la noche. Se dejaron ver todas las verdades y alguien supo romper el caos. El derrumbe se anunciaba inminente.
Y todo se fue abajo.
Mi nombre no bailó en aquella desesperanza, donde barro y fuego y muerte hacían su espacio infinito.
Llegó la expulsión de los rebeldes y alguien llamó exilio a la partida. Así se resquebrajó el edificio y mi casa apareció de entre las espumas blancas de la hermana diosa.
V
De entre todos los horizontes, mi casa pudo elegir direcciones y partió al sur. Su espacio de espada quiso acogerla, pero ya habían hombres y vinieron a ella los del este amarillo e inventivo. Les gustó su puerta hacia el sol y la llenaron de mitos y dioses propios y corpóreos y en mi casa había otro sur. Allí se desarrollaron espermas verdes, que formaron altas cordilleras. El tiempo cantó al ritmo de los caracoles floridos. Se vistió de alegría y danzas y cantos y dioses y mitos. Montaña de aves habitaron mi casa, pero llegó un hombre de oro, e impuso su humanidad a todo brazo, a todo pulmón, a todo filo y latigazos.
Continua...
Escrito por Ernesto Vantroy
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